Viernes, 1 de marzo de 2024.
Querido diario.
(Viene del artículo “Una vida digital: A la ducha”)
De camino al trabajo
Después de un buen desayuno las cosas se ven de otra manera (por algo dicen que es la comida más importante del día). No obstante, esta mañana no tocaban grandes homenajes, y mientras acababa de vestirme, el robot de cocina terminó de preparar a tiempo el desayuno que el Sistema me había recomendado. Cereales de avena con leche y zumo recién exprimido de las naranjas que llegaron de la compra automática de ayer por la noche, y que hacía menos de veinticuatro horas eran parte de un naranjo valenciano.
Últimos retoques delante del espejo, y ya estaba listo para comenzar la jornada. ¡A la oficina! Y es que para un día que iba a la semana y no teletrabajaba desde casa, no fuéramos a llegar tarde. Mañana del viernes condensada de reuniones que requerían ser presenciales, pero productiva donde las fuera. Sí señor.
Con la puerta ya cerrada y los tres pitidos inconfundibles que indicaban cómo el Sistema comenzaba a configurar la casa con los escenarios de seguridad y limpieza programados, no quedaba más que despedirse amablemente del conserje y enfilar hacia el centro de la ciudad.
Todavía quedaban unos minutos para que el autobús que había solicitado llegara a la puerta de mi casa, pero ya me encontraba expectante por ver cuál de las personas que se me había sugerido había confirmado su asiento junto a el mío. Por ser honestos, este era uno de los momentos más divertidos de las mañanas de los viernes.
Desde hacía unos meses había desterrado el coche al garaje para este tipo de trayectos, y confiaba en una plataforma de transporte colaborativo en la que solicitaba un trayecto desde mi vivienda hacia la oficina en un rango de horas determinadas, y junto al resto de usuarios que pudieran estar interesados en una trayectoria similar, pujábamos para determinar la ruta final y el ir más directo o con más rodeos a nuestros destinos. Esto estaba muy bien por la parte económica y ecológica (aparte de ser un transporte compartido era eléctrico), pero lo que más me gustaba era la posibilidad de conocer a nuevas personas de interés en tus círculos sociales y viajar con ellos en asientos contiguos si aceptaban.
Al principio sonaba un poco extraño, pero gracias a las ocasiones en las que me decidí a viajar de esta manera tuve la oportunidad de compartir viaje con un par de personas muy interesantes: una en el ámbito profesional que trabajaba en un potencial cliente; y otra que me ayudaría a mejorar idiomas, pues era un francés recién trasladado y convenimos en hacer dos trayectos al mes juntos, uno hablando su idioma y otro el mío. Eso sí, tengo que confesar que por ahora solo lo he probado dos veces. En el resto de ocasiones, la única compañía había sido el café con leche que había reservado y me estaba esperando humeante en el reposabrazos de mi asiento.
Un trayecto rápido, seguro, con compañía interesante… y ya estábamos en el centro de la ciudad. Peatones dormidos por aquí, publicidad contextual que siempre me recordaba a alguna escena de Minority Report por allá, y ¡la oficina! Y como todavía no se ha inventado tecnología que reemplace mi propio trabajo, no quedaba otra opción que entrar e iniciar la jornada laboral.
8:00AM, comenzábamos la primera reunión.
Continuará.
Este artículo forma parte de una serie titulada “Una vida digital”, en donde describiré mi entendimiento sobre cómo podría resultar un posible día habitual dentro de diez años, en convivencia constante y transparente con una nueva generación de tecnologías inteligentes:
- ¡Buenos días!
- A la ducha
- De camino al trabajo
- …