Villalomas es un pequeño pueblo con un animado mercado al que cada día acuden todos los vecinos. Allí, el vendedor que grita más alto y más fuerte es el que más vende. Hasta que un día llegan a la localidad unos extraños artilugios de metal, llamados «bicicletas», que cambiarán para siempre la vida de los habitantes del pueblo y que, sobre todo, alterarán por completo la rutina en el mercado.
Así comienza El lechero en bicicleta, un libro escrito por Franc Carreras y Jenny Jobring que llegó a mis manos hace unas semanas a través de varias recomendaciones en las redes sociales. Y tengo que decir que, aunque me esperaba un texto con un enfoque más práctico en alguno de sus capítulos, es una lectura fresca y recomendable.
Como dice la entradilla, la acción se centra en una pequeña comunidad con un mercado como verdadero corazón económico y social diario. Y es ahí donde nuestro amigo el lechero, lejos de replicar técnicas de otros tenderos o de gritar más fuerte sus ofertas, demostrará una gran actitud observando y buscando nuevas oportunidades.
En el caso de la fábula que nos ocupa, la oportunidad se materializa en forma de bicicleta. Gracias al nuevo descubrimiento, el comerciante no solo se acercará a sus clientes físicamente, sino que llegará a a conocerles mejor y les ofrecerá un servicio de mayor valor en la misma puerta de sus casas. Durante el viaje, el protagonista vivirá unas cuantas anécdotas pedaleando contra las opiniones de tenderos y resto de viandantes, valedores de antiguos statu quo como el de “el mercado de toda la vida”.
Desde mi punto de vista, El lechero en bicicleta es un libro sobre cómo debemos contar con la actitud necesaria para alejarnos de las ideas preconcebidas y ser receptivos al cambio. Desaprender, que es una palabra que está muy de moda. Lamentablemente, todos tenemos antiguos statu quo grabados a fuego en nuestra mente que, lejos de ayudarnos, limitan nuestra capacidad creativa para identificar nuestras propias bicicletas.
Y es que ya sea para adaptar nuestro trabajo diario a los nuevos entornos que vayan llegando, o simplemente para adecuarnos nosotros mismos al futuro estudiando y dotándonos de las nuevas capacidades necesarias, pienso que esta actitud receptiva al cambio es fundamental. Como dijo Eduardo Galeano, «al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos».
Parece la historia de los ‘ quesos García Vaquero ‘ .
Eran vecinos míos en Alcázar de San juan, y tenian un despacho de leche de unos 5 metros cuadrados donde servían la leche a los parroquianos, no tardaron mucho y con una bicicleta y dos cantaros metálicos a los lados en la parte trasera repartían la leche a domicilio, no tardaron mucho y
repartían en moto y mas tarde montaron el imperio ‘ Quesos García Vaquero ‘ que tienen ahora.
Perdón por error he puesto García vaquero en lugar de García baquero que es la marca de los quesos.
¡Qué interesante! Seguro que a los autores del libro les gustará saber que su fábula tiene una base de realidad mayor de la que pensaban en un inicio 🙂
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